martes, 11 de marzo de 2008

La lluvia


Tal vez Ruperta y Fulgencio se peleaban porque hacía mucho tiempo que llovía fuerte.
O quizás llovía fuerte porque hacía mucho tiempo que Ruperta y Fulgencio se peleaban.

Vaya uno a saber.
Lo cierto es que cuando ella decía:

—Croac.

Él respondía:

—Cric.

Cuando ella lo pensaba mejor y decía:

—Cric.

Él de puro caprichoso respondía:

—Croac.

Así pasaban los días entre lluvia y granizo.
Ruperta ya no tenía ganas de arreglarse cuando Fulgencio la venía a buscar, —si total peleamos todo el tiempo, pensaba.

Y Fulgencio llegaba siempre tarde a las citas, —porque total nunca nos ponemos de acuerdo, decía.
Lo peor de todo sucedió una tarde en que Fulgencio se animó y le llevó una flor para hacer las paces de una vez y para siempre.

Y Ruperta ofendida porque él la había dejado plantada el día anterior, le gritó fuerte:

—Croacc, a mí no me gustan las flores, ¡croac!

Pero después que Fulgencio se fue, lo pensó mejor y se arrepintió.
Entonces fue a llevarle un dulce hecho con sus propias manos.
Y Fulgencio, de despechado nomás, le dijo que a él tampoco le gustaban los dulces.

Después de muchos cric, croac y crócróc desencontrados y de muchos dimes y diretes (porque cuando una pareja de sapos pelea todos los vecinos opinan) los dos sapitos pensaron que lo mejor era no verse por un tiempo.

—Tal vez, viviendo en otro charcos nos extrañamos y entonces, quien te dice, a lo mejor las cosas pueden arreglarse algún día —dijeron casi a coro.

La tarde de la despedida Fulgencio estaba triste.
Ruperta también estaba triste.

Sin embargo, cuando se dieron el beso del adiós, la lluvia fue menos fuerte.
Y en el cielo gris de todos los días, un rayito de sol buscaba un agujero por dónde asomarse.

Samy Bayala

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